Se me salió un brazo y San Google me ayudó mucho

Era de noche
Era ya de noche y llovía. El suelo estaba resbaladizo, los pequeños peldaños que hay entre mi taller y la calle, aún más. Y mis zapatitos de verano eran los más adecuados para comenzar el expectáculo.

No, no… Ni se me cayó el brazo al suelo ni se quedó colgando. Tan solo se salió unos centímetros de su encaje natural, al final del hombro, que lo mantiene unido al cuerpo a efectos prácticos, como para no dejárselo en cualquier lugar.

La fiesta comenzó con una sesión sorpresa de patinaje artístico sobre escalera mojada y resbaladiza. Todo fue a tal velocidad que, cuando me di cuenta, el generoso peso de mi cuerpo se desplomó sobre mi brazo izquierdo. Para contrarrestar tal energía, el vértice de uno de los peldaños paró todo movimiento. Contundentemente.

Los autónomos no somos indestructibles
Como autónomo que soy, pensé que no era más que una pequeña tontería y que todo se pasaría con un ibuprofeno (en el peor de los casos). Así que estaba decidido a irme a casa.

Aparte de ser autónomo, tengo la autoestima algo subidita de revoluciones. Es decir, yo no soy de los que leo libros de autoayuda: yo los escribo. Nada ni nadie podría impedirme ir a casa a cenar y a dormir plácidamente sin más, pensé ilusamente.

Pero me di cuenta de que no podía mover mi brazo izquierdo unos milímetros de como había quedado. Al subirme al coche, no pude siquiera cerrar la puerta; y menos alcanzar a tocar el volante con el brazo afectado. Finalmente, note que un hueso del hombro sobresalía más de lo habitual.

 

 

Un aplauso para los del Hospital
No, no creas que se me ocurrió consultar en Google «como se arregla el brazo de un autónomo». Estaba medio mareado, pero no tanto como para que la mente dejara de funcionar por completo.

Resignado, acepte la realidad: tenía que ir al hospital. Fui andando porqué estaba muy cerca. Llamé a mi mujer para decirle que llegaría tarde a cenar. Y ella, que es algo exagerada en esos temas, revolucionó a los familiares más cercanos.

Al entrar en urgencias, me dieron ganas de donar mi cuerpo a la ciencia (o a las hienas, o a lo que fuera más rápido, práctico, indoloroso y ecológico). Era consciente de lo que me esperaba: el dolor que producía poner un brazo en su sitio es, según sabía, insoportable, heróico. Mis más allegados lloraban mientras se alejaban dejándome a solas ante mi verdugo. Sin embargo apenas me enteré de nada. Y no soy de esos que se afeitan con el filo de una hoz. El médico que puso las cosas en su sitio lo hizo muy bien. Desde aquí le digo al gobierno (al Govern si soy mas preciso) que deberían sentir vergüenza por el sueldo que les pagan.

Limitación física
Pero un dolor ralentizado y la inmovilidad fueron mis compañeros durante días. Era un dolor de baja intensidad, pero constante y molesto. De lunes a domingo, sin descanso.

Tenía que seguir trabajando. Desobedecí las indicaciones del médico. Me había recetado un mes y medio de baja para recuperarme. ¿Estaba loco? No, pero fue lo primero que pensé. Discutimos al respecto. Ciertamente, no podía teclear una sola letra con el brazo inmovilizado. Escribir una frase en el ordenador se convirtió en algo lento, penoso, ridículo y, siempre, doloroso. Pero San Google me ayudó.

No es que buscará cómo curarme el brazo rápidamente ni cómo suprimir el dolor. Lo que busqué fue un sistema de dictado que permitiera saltarme el obstáculo del teclado y, así, poder escribir algo más rápido y con una mínima dignidad.

Y lo conseguí. Ahora te explico como he podido escribir sin apenas disminuir mi torpe velocidad habitual. Además, todo esto sirve para cuando no tienes ni las herramientas habituales a mano ni estás en el mejor lugar para hacerlo. Podrías redactar un libro en el coche, estirado en el sofá, paseando al perro, en la cama, etc. etc.

Las herramientas de Google
Aquí tienes lo que Google me dio. Su primera ayuda fue informarme sobre las alternativas que tenía para convertir la voz en texto. Te cuento los ingredientes que componen esta práctica receta.

La primera y más sencilla de las opciones: Google Docs, el equivalente de Word, pero en la nube.

Google, cuya generosidad es infinita, nos ofrece gratuitamente un montón de herramientas que nos han cambiado, literalmente, la vida. Y nos lo ha puesto más barato y mejor que las alternativas de pago. Un ejemplo es Google Maps, que nos permite tener un navegador para el coche siempre actualizado y sin coste alguno.

Está claro que Google no es Santa Teresita de Jesús. Y que todo lo que da, lo toma de alguna manera u otra. Pero ya que estamos, cada uno puede aceptar del otro lo que considere.

Pues bien, ese «sucedáneo» de Word nos permite escribir sin tener que tocar el teclado: «dictas» el texto y Google Docs va creando el documento. Luego, corregirlo es mucho más fácil.

 

Añadiendo una ventaja más
Ya puestos a la comodidad de poder escribir en cualquier postura (por ejemplo tumbado o haciendo el pino), vamos a exigir un poco más: poder escribir en cualquier lugar, con lo mínimo indispensable. Y sí: se puede hacer.

Una vez más, San Google nos ofrece una fantástica herramienta en nuestro teléfono Android. Se trata del micrófono que incorpora en el teclado de los teléfonos más actuales. Si se pulsa la tecla del micro cuando, por ejemplo, estamos contestando un email, la voz se transforma en palabras escritas como por arte de magia. Es como llevar un mayordomo en el bolsillo.

 

 

Si en tu teclado no sale el micro, prueba a descargar e instalar Gboard desde Google Play.

 

 

Pensando a trompicones
Los empleados de Google tienen una inteligencia fluida y mejor dotada que la de un servidor; han diseñado esta herramienta de dictado adaptada a su nivel intelectual. Pero yo, cuando dicto, me paro a mirar al cielo a ver si se me ilumina la mollera. Las nuevas palabras que el micrófono está esperando tardan demasiado. Y claro, el micrófono considera que me he quedado en blanco o incluso dormido. O incluso peor… El dictado se desactiva. Eso ocurre tras unos 10 o 15 segundos.

El asunto tiene su guasa: cuando el micrófono está abierto estoy callado y cuando me embalo, el micrófono hace tiempo que se ha desactivado. Predicando en el desierto.

Así que me he agenciado con una utilidad para «lentos mentales». Se trata de SPEECHNOTES, una aplicación para Android (no sé si hay una versión para iPhone) que siempre ha esperado pacientemente a que se me ocurra algo que decir. Ni siquiera exijo que lo que se me ocurra sea bueno, sino que se me ocurra algo. A menudo, tengo la sensación de que mi mente se ha quedado sin batería. Esa aplicación se adapta a mi torpeza transitoria.

 

 

Luego, esa nota puede «compartirse» y se puede enviar por email, por guasap, o dejarlo en el propio Keep de Google, que es otra herramienta más que sirve para almacenar y clasificar notas.

Y así, con esas pequeñas herramientas, uno puede redactar un libro entero a voces (hay que vocalizar mínimamente bien: otro problemilla que tengo que solucionar) en situaciones impensables para quien sólo concibe escribir utilizando un ordenador y su inseparable Word.

Por cierto, este texto ha sido creado sin utilizar para nada Word. ¡Increible! ¿No?